Poemas de Bécquer


 Aquí deseo presentarles algunos poemas mas conocidos de Gustavo Adolfo Bécquer (1836 - 1870) 
 

     RIMA XVI

[Serenata]

Si al mecer las azules campanillas
     de tu balcón,
crees que suspirando pasa el viento
     murmurador,
sabe que, oculto entre las verdes hojas,
     suspiro yo.

Si al resonar confuso a tus espaldas
     vago rumor,
crees que por tu nombre te ha llamado
     lejana voz,
sabe que, entre las sombras que te cercan,
     te llamo yo.

Si se turba medroso en la alta noche
     tu corazón,
al sentir en tus labios un aliento
     abrasador,
sabe que, aunque invisible, al lado tuyo,
     respiro yo.

RIMA XX

 Sabe, si alguna vez tus labios rojos
quema invisible atmósfera abrasada,
que el alma que hablar puede con los ojos,
también puede besar con la mirada.

RIMA XXI

—¿Qué es poesía?, dices, mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul,
¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía... eres tú.

RIMA XXII

 ¿Cómo vive esa rosa que has prendido
      junto a tu corazón?
Nunca hasta ahora contemplé en el mundo
      junto al volcán la flor.

RIMA XXIII

[A ella. No sé...]

Por una mirada, un mundo;
por una sonrisa, un cielo;
por un beso... ¡Yo no sé
qué te diera por un beso!

    RIMA XXIV

[Dos y uno]

Dos rojas lenguas de fuego
que a un mismo tronco enlazadas
se aproximan y, al besarse,
forman una sola llama.

Dos notas que del laúd
a un tiempo la mano arranca,
y en el espacio se encuentran
y armoniosas se abrazan.

Dos olas que vienen juntas
a morir sobre una playa
y que al romper se coronan
con un penacho  de plata.

Dos jirones de vapor
que del lago se levantan
y, al juntarse allá en el cielo,
forman una nube blanca.

Dos ideas que al par brotan;
dos besos que a un tiempo estallan,
dos ecos que se confunden;
eso son nuestras dos almas.

RIMA XXX

Asomaba a sus ojos una lágrima
y a mi labio una frase de perdón;
habló el orgullo y se enjugó su llanto,
y la frase en mis labios expiró.

Yo voy por un camino; ella, por otro;
pero, al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún: —¿Por qué callé aquel día?
Y ella dirá: —¿Por qué no lloré yo?

RIMA XXXI
   Nuestra pasión fue un trágico sainete
     en cuya absurda fábula
lo cómico y lo grave  confundidos
     risas y llanto arrancan.
Pero fue lo peor de aquella historia
     que al fin de la jornada
a ella tocaron lágrimas y risas
     y a mí, sólo las lágrimas.

  RIMA XXXIII

  Es cuestión de palabras y, no obstante,
     ni tú ni yo jamás,
después de lo pasado, convendremos
     en quién la culpa está.

  ¡Lástima que el Amor un diccionario
     no tenga donde hallar
cuándo el orgullo es simplemente orgullo
     y cuándo es dignidad!.

RIMA XXXV

    ¡No me admiró tu olvido!  Aunque de un día,
me admiró tu cariño mucho más;
porque lo que hay en mí que vale algo,
eso... ni lo pudiste sospechar.

RIMA XXXVI

   Si de nuestros agravios en un libro
     se escribiese la historia,
y se borrase en nuestras almas cuanto
     se borrase en sus hojas.

  ¡Te quiero tanto aún! ¡Dejó en mi pecho
     tu amor huellas tan hondas,
que sólo con que tú borrases una,
     las borraba yo todas!

RIMA XXXVIII

Los suspiros son aire y van al aire.
Las lágrimas son agua y van al mar.
Dime, mujer, cuando el amor se olvida,
        ¿sabes tú adónde va?

   RIMA XXXIX

¿A qué me lo decís? Lo sé: es mudable,
es altanera y vana y caprichosa;
antes que el sentimiento de su alma,
brotará el agua de la estéril roca.

Sé que en su corazón, nido de sierpes,
no hay una fibra que al amor responda;
que es una estatua inanimada..., pero...
          ¡es tan hermosa!

RIMA XLVI

Me ha herido recatándose en las sombras,
sellando con un beso su traición.
Los brazos me echó al cuello y por la espalda
partióme a sangre fría el corazón.

Y ella prosigue alegre su camino,
feliz, risueña, impávida. ¿Y por qué?
Porque no brota sangre de la herida.
Porque el muerto está en pie.

RIMA XLVIII

  Como se arranca el hierro de una herida
su amor de las entrañas me arranqué;
aunque sentí al hacerlo que la vida
        ¡me arrancaba con él!

  Del altar que le alcé en el alma mía,
la voluntad su imagen arrojó;
y la luz de la fe que en ella ardía
ante el ara desierta se apagó.

  Aún para combatir mi firme empeño
viene a mi mente su visión tenaz...
¡Cuánto podré dormir con ese sueño
        en que acaba el soñar!



RIMA LIII
   Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
        jugando llamarán.
  Pero aquellas que el  vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres...
        ¡esas... no volverán!.
  Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
        sus flores se abrirán.
  Pero aquellas, cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día...
        ¡esas... no volverán!
  Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
        tal vez despertará.
  Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido...; desengáñate,
        ¡así... no te querrán!



RIMA LIV

 Cuando volvemos las fugaces horas
        del pasado a evocar,
temblando brilla en sus pestañas negras
una lágrima pronta a resbalar.

  Y, al fin, resbala y cae como gota
        de rocío al pensar
que cual hoy por ayer, por hoy mañana,
volveremos los dos a suspirar.

RIMA LVIII

  ¿Quieres que de ese néctar delicioso
        no te amargue la hez?
Pues aspírale, acércale a tus labios
        y déjale después.

¿Quieres que conservemos una dulce
        memoria de este amor?
Pues amémonos hoy mucho, y mañana
        digámonos: —¡Adiós!



RIMA LXI

[Melodía.
Es muy triste morir joven, y no contar
con una sola lágrima de mujer]

Al ver mis horas de fiebre
e insomnio lentas pasar,
a la orilla de mi lecho,
        ¿quién se sentará?

Cuando la trémula mano
tienda, próximo a expirar,
buscando una mano amiga,
        ¿quién la estrechará?

Cuando la muerte vidríe
de mis ojos el cristal,
mis párpados aún abiertos,
        ¿quién los cerrará?

Cuando la campana suene
(si suena en mi funeral)
una oración, al oírla,
        ¿quién murmurará?

Cuando mis pálidos restos
oprima la tierra ya,
sobre la olvidada fosa,
        ¿quién vendrá a llorar?

¿Quién en fin, al otro día,
cuando el sol vuelva a brillar,
de que pasé por el mundo
        quién se acordará?

RIMA LXXIX
Una mujer me ha envenenado el alma,
otra mujer me ha envenenado el cuerpo;
ninguna de las dos vino a buscarme,
yo de ninguna de las dos me quejo.
Como el mundo es redondo, el mundo rueda;
si mañana, rodando, este veneno
envenena a su vez ¿por qué acusarme?
¿Puedo dar más de lo que a mí me dieron?




Gustavo Adolfo Bécquer